

Por: Nicolás Salvoni
A principios de la década de 1990 Samuel Huntington publicó un controversial artículo en el que sostenía que –tras la reconfiguración del orden mundial post 1991– serían las grandes civilizaciones quienes participarían de los conflictos internacionales, ahora motivados ya no por cuestiones ideológicas sino culturales. El artículo de Huntington despertó gran interés dentro de la academia generando tanto adherentes como detractores. Entre sus principales críticos sostenían que su propuesta carecía de rigurosidad e incurría en simplificaciones, generalizaciones y prejuicios que bordeaban
lo malicioso.
A tres décadas de su publicación, el debate respecto a las problemáticas asociadas a las diferencias culturales y sus consecuencias en la seguridad y estilo de vida occidental se reavivó con virulencia, esta vez, desde una perspectiva diferente a la propuesta por Huntington. El debate gira hoy en torno a los efectos de las recientes olas migratorias desde países musulmanes hacia Europa y las consecuencias derivadas de la falta de integración entre estas y sus sociedades receptoras. Discusión que encuentra su correlato dentro de la sociedad estadounidense frente a la inmigración latinoamericana y ahora -en menor escala- en Argentina tras el reavivado debate respecto a la inmigración.
La falta de oportunidades para integrarse plenamente a la vida civil europea, las diferencias en los usos y costumbres, el desarraigo y –muchas veces– la discriminación a la que estas poblaciones son sometidas derivó en lo que Oliver Roy define como una “nueva comunidad musulmana” ideologizada y, en algunos casos, radicalizada por la influencia del yihadismo transnacional.
Quienes durante las primeras décadas del siglo XXI defendieron la postura del multiculturalismo irrestricto y de la integración sin requisitos de asimilación cultural parecieran encontrarse sin argumentos frente a las problemáticas asociadas a la inmigración. Ello facilitó la proliferación de ideas neo-fascistas como –por ejemplo– la Teoría del Reemplazo, que sostiene que la inmigración degrada los pilares fundacionales de la sociedad occidental dando lugar a un reemplazo cultural donde los valores tradicionales quedan obsoletos.
Dotada de buena dosis de pragmatismo, la solución propuesta por los sectores más conservadores de la sociedad europea cuenta con varios problemas. En primer lugar, requiere de altos niveles de coacción estatal difícilmente aceptables por la mayoría de la población. Por otra parte, pasan por alto que con adecuados procesos de integración la inmigración ofrece una oportunidad para revertir los efectos de la crisis demográfica asociada al envejecimiento poblacional y a la caída sostenida en los índices de natalidad que se profundiza en el continente. Además, aun poniendo freno a los flujos migratorios, las poblaciones establecidas serían difíciles de repatriar y el intento por hacerlo no haría más que agravar la violencia y la radicalización.
Europa necesita encontrar un equilibrio entre las posturas extremas y los fallidos intentos de multiculturalismo del pasado. El establecimiento de consensos básicos de adaptación a las normas por parte de los migrantes como requisito para la permanencia debe estar acompañado de políticas de contención e integración que generen incentivos reales para facilitar el proceso.
Cada día que pase sin acciones concretas sienta las bases para la aceptación de medidas más radicales cuyas consecuencias sólo escalarán la tensión y la violencia.
Nicolas Salvoni docente de UADE e investigador en UNQ/UNDEF en temas de relaciones internacionales, geopolítica y seguridad.